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Lo que el silencio prepara

Lo que el silencio prepara

Hay canciones que no se escriben; simplemente se escuchan dentro, como si ya estuvieran ahí desde antes. No llegan cuando se las busca, sino cuando uno está listo para recibirlas. Obsesión, la nueva canción de Maxi Deli, no es una novedad en el tiempo, sino una revelación en el alma. Llevaba tres años guardada. No era miedo ni inseguridad. Era algo más sutil: la necesidad de esperar el momento en que esa canción pudiera salir y encontrarse con el mundo sin que doliera, sin que se sintiera prematura. A veces, incluso el arte necesita silencio para madurar.

Máximo De Liechtenstein nació el 20 de marzo de 2004 en Buenos Aires, pero su verdadera lengua madre fue la música. A los cuatro años, ya se le despertaba algo que no sabía nombrar. A los seis, cuando otros apenas aprenden a atarse los cordones, él ya se sumergía solo en las cuerdas de una guitarra. No era prodigio ni entrenamiento: era impulso vital. Aprendía sin método, como se aprende a respirar. Desde los 9 hasta los 15 años tomó clases de guitarra con un profesor que lo ayudó a darle forma a ese instinto, a traducir la intuición en técnica sin perder la emoción. A lo largo del tiempo, también se formó en violín, piano y canto, explorando la música desde distintos ángulos, como quien quiere conocer todas las dimensiones de su propia voz. Más adelante, a sus 20, tomó clases con el guitarrista de Cruzando el Charco: una experiencia más en su proceso de aprendizaje, que le permitió seguir profundizando en su estilo y comprensión musical sin perder su esencia.

Como muchos jóvenes de su generación, sus primeros pasos musicales fueron en inglés. Escuchaba a Adele, a Shawn Mendes, a Ed Sheeran. El inglés era una forma de distancia, una capa de protección. Escribir en inglés le permitía ser sincero sin estar completamente expuesto. Pero un día, al escuchar a Cruzando el Charco, algo cambió. No fue solo una cuestión de idioma, fue de profundidad. Descubrió que el español —esa lengua cotidiana; a veces áspera, a veces cálida— también podía ser un instrumento emocional. Desde entonces, empezó a escribir en español, y con eso comenzó otra etapa: la de decir exactamente lo que sentía, sin filtro ni traducción.

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No todo fue fácil. Su anteúltimo tema, 10 minutos más, le trajo más frustración que reconocimiento. Cada vez que intentaba subirlo, era bajado por problemas de copyright. La canción se le escurría de las manos. Y esa experiencia lo agotó. No porque creyera que la música se mide en reproducciones, sino porque entendió que hay veces en que el sistema no permite que lo íntimo fluya. Entonces decidió desaparecer de las redes. No fue un acto ruidoso ni un adiós melancólico: fue un retiro silencioso. Como quien apaga las luces para poder ver mejor hacia adentro.

Pero en ese tiempo, la música siguió. Porque para Maxi, hacer canciones no es una carrera ni una estrategia: es su forma de comprenderse. No escribe para explicar; ni siquiera para ser comprendido. Escribe porque es más fácil traducirse en melodías que en palabras. Hay sentimientos que, cuando se intentan decir, se vuelven torpes. Pero si los dejás ser sonido, se abren. Por eso, cuando una canción aparece, es como si algo se alineara adentro. Como si finalmente una parte suya lograra hablar sin interrupciones.

A pesar de esa transparencia emocional, Maxi no lo dice todo. O, mejor dicho, no lo muestra todo. Hay un espacio en él que protege con cuidado. No por misterio, sino por equilibrio. Vivimos en tiempos en los que la exposición se confunde con la verdad. Pero él sabe que lo sagrado no necesita mostrarse para existir. Cuida su privacidad como se cuida una semilla. Porque si se la expone demasiado pronto, no crece. Entiende que mostrarse no siempre es sinónimo de autenticidad. A veces, el silencio es la forma más profunda de presencia.

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En sus palabras hay una madurez que no responde a la edad, sino a la observación. No proyecta su futuro como un guión. No se imagina grandes escenarios ni finales épicos. Prefiere la idea de un camino que se hace a cada paso, sin sobrepensarlo, sin llenarlo de expectativas. Sabe que el deseo de controlar el porvenir suele ser una forma elegante de miedo. Por eso no corre. No compite. Solo avanza.

Si pudiera decirle algo al chico que empezó a escribir sus primeras canciones, no le corregiría nada. Le diría que siga igual. Que confíe. Que incluso cuando parezca que nada ocurre, todo se está formando. Porque a veces, crecer no se nota. A veces, lo más importante no es visible. Y sin embargo, sucede.

Hoy siente que está en el comienzo. No como una etapa, sino como una postura ante la vida. Empezar siempre, comenzar desde cero, no temer al error ni al silencio. Lo suyo no es una llegada, es un andar. No busca el aplauso fácil ni el éxito rápido. Busca resonancia. Busca verdad. Y eso no se logra con fórmulas. Se logra con honestidad.

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Maxi Deli no hace música para el ruido del mundo. Hace música para quienes necesitan escuchar algo que les devuelva a sí mismos. En cada canción hay algo que late, que vibra, que espera. Obsesión es prueba de eso. No es solo una canción: es una síntesis de espera, de cuidado, de madurez emocional. No nació para impresionar. Nació para quedarse.

Porque hay artistas que se repiten, y artistas que se revelan. Maxi pertenece a los segundos. Y lo más interesante es que su obra apenas empieza. Lo que viene no se puede anticipar, pero sí intuir: será honesto, será profundo, será real.

Como todo lo que florece después de un largo silencio.

Escrito por: Rivero, Joshua

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