Juro que nadie me había hecho el amor de manera tan brutal, sin tocarme.
Lo primero que hizo fue sacarme la coraza; sabés de qué hablo, esa fachada que creamos y usamos para “protegernos”… andá a saber de qué o quién/es.
Después, se deshizo de la flecha que siempre está preparada para ser disparada; otro mecanismo de defensa. De vuelta, ¿por qué, para qué o quién?
Luego de un rato, cuando ya me había sacado todo, entre miradas y palabras (lo más digno que tiene la persona: el poder de saber usarlas), empezó a querer saber qué era lo que me tenía así de inconclusa, de perdida.
Me dijo que me iba a hacer el amor, y así fue.
Habla claro, muy capaz y besa con pasión; pequeña combinación peligrosa.
Un instante antes de su fuga, de su carrera por mi sangre, lo escuché pensativo.
Desorientada. Así estoy.
¿Dónde guardo la pérdida que me levantó mojada e inofensiva por dentro?
Lo pregunto porque no sé qué parte de mi cuerpo secar: ¿el flujo visible o la moraleja del cuento.
Escrito por: Ugartemendia Maite