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Arte

Una carta en el muelle de San Blás

En la ausencia de mi voz.

Solo una carta.

Bellas miserias yacían en cada oración.

(Que miserias realmente no eran, solo que él se ayudaba dándole esa connotación).

Resplandece un hidalgo de inmaculada integridad, heredero de principios que exaltan y abrazan. En un mundo donde la impunidad se enmascara.

Hijo de una bruja lo llamaban.

Bruja de mirada hipnótica y sonrisa cautivadora, cuyo crimen jamás fue otro que vivir.

Con una fuente de poder incalculable, sin embargo, siempre andaba con cuidado; entendida de que las hogueras no eran cosa del pasado.

Con bravura desafía las catapultas que lanzan injusticias con crudeza y maldad, su mente perspicaz y astuta como espada, guiándolo con firmeza hacia la claridad.

Sensación que advierte.

Capaz de prender fuego en mitad del invierno. El anhelo del primero de mi madre al último (y tal vez único) que me diste.

La vida parecía mantenerse y sentirse igual y así era para los dos.

Habiendo un mismo elemento que une estas dos historias. La bruja, su madre, siempre llevó consigo un dije en representación del Ojo de Horus. Y ella hace tiempo, lo llevaba en su piel.

En el escenario de la vida, donde elegancia y audacia se entrelazan como hilos de seda, una fiera despierta con el anticipo del amanecer. Notoria su firmeza, en cada paso y en cada mirada, la elegancia se revela como un susurro de la noche, mientras la bestia interior rugiente se apodera de la escena con una fuerza imparable.

En este ballet de emociones y desafíos, la dama se convierte en una reina majestuosa, mostrando al mundo su esencia más pura. Su espíritu se transforma en el de una hechicera.

Inocente e inconsciente ignorancia.

Ellos se consideran ajenos por no saber la historia uno del otro, no obstante varias cosas compartían.

Por ende, tan ajenos no eran.

Escrito por: Ugartemendia Maite