El 14 de marzo es un día muy especial para el ámbito científico, específicamente para las áreas de física y matemáticas –ambas base de la mayoría de las ramas científicas-. En esta fecha, se conmemora el Día Mundial de Pi, el nacimiento de Albert Einstein y el fallecimiento de Stephen Hawking.
El primero de ellos es uno de los números más reconocidos, curiosos e importantes de las matemáticas en general y base de infinidad de teoremas y aplicaciones. El segundo fue y es uno de los científicos más importantes y famosos de la historia gracias a su publicación de la teoría general de la relatividad. Por último, el tercer motivo que vuelve importante al 14 de marzo se suele pasar por alto, y la comunidad ajena al ámbito científico no lo recuerda o no sabe su historia. No obstante, es uno de los astrofísicos y divulgadores científicos más importantes de la historia y que hace tan solo 5 años, en el 2018, fallecía a los 76 años.
Su importancia no solo radica en los descubrimientos que hizo, los libros que escribió o los grandes lugares y premios que alcanzó, sino que todo eso lo logró pese a una enfermedad poco conocida y que tiene muy poca esperanza de vida, que el científico padeció casi toda su vida: la esclerosis lateral amiotrófica, más conocida como ELA.
Para entrar en contexto, esta enfermedad afecta las neuronas motoras en el cerebro y médula espinal encargadas de enviar la información a los músculos. Por lo tanto, y de forma progresiva, la enfermedad mata estas células y el paciente comienza a perder movilidad, la capacidad de hablar y de comer. Sus causas son aún desconocidas, pero se sabe que un pequeño porcentaje de los casos –del 5 al 10%- son hereditarios. 5 de cada 100.000 personas padecen o padecerán en algún momento de su vida esta enfermedad, cuya expectativa de vida es de 2 a 5 años en promedio desde el primer síntoma. No existe ninguna cura para esta enfermedad, pero sí tratamientos para mejorar la calidad de vida. Un caso actual y conocido en nuestro país es del ex ministro de educación, Esteban Bullrich, el cual está padeciendo esta enfermedad. Sin embargo, el caso de Hawking fue anormal y único entre los pacientes de ELA.
Cuando el astrofísico británico comenzaba la carrera de física en la Universidad College de Oxford y antes de contraer su primer matrimonio presentó, a sus 21 años, los primeros síntomas de ELA y los médicos le dieron una esperanza de vida de solo 2 años. Al pasar este lapso y verse en buenas condiciones, decidió que debía continuar con los mismos objetivos que tenía antes de la enfermedad: conseguir el doctorado.
Si bien consiguió el título como doctor en física y algunos más, la enfermedad no perdonaba. A la edad de 43 años le realizan la traqueotomía, pudiendo hablar solo por un sintetizador de voz y, poco a poco, su movilidad se redujo a tal punto de quedar paralizado en una silla de ruedas.
Solo lograba mover levemente las mejillas y los ojos. Comenzó a ingerir vitaminas y suplementos, pero sin volver a comer. El sintetizador de voz le permitía hablar a tan solo 1 palabra por minuto. Este panorama estremecedor detendría a cualquiera, pero no a Stephen, quien nunca perdió la razón y el pensamiento, manteniéndolo activo en su labor como físico y divulgador.
Para la mejoría de su comunicación, en 2011, el científico solicitó una ayuda a la empresa Intel para el desarrollo de mejores sistemas de sintetizadores de voz. El resultado fue un sistema que, a través de sus movimientos faciales y un software de predicción, lograba armar oraciones de forma rápida.
No obstante a su esfuerzo y actividad, luego de 55 años conviviendo con la enfermedad, Stephen Hawking muere a la edad de 76 años. Es el caso registrado con esclerosis lateral amiotrófica más longevo de la historia. Las causas de este caso tan especial se desconocen y solo existen hipótesis.
Dejando de lado su frágil estado de salud y su vida amorosa –la cual fue muy polémica y está llena de controversia-, ¿qué aporto Stephen Hawking a la ciencia?
Respecto a sus trabajos científicos, Stephen dedicó la mayoría al estudio de los agujeros negros, especialmente a la radiación que estos cuerpos masivos emiten y la paradoja de la pérdida de información de los agujeros negros –siendo este su último trabajo, el cual fue resuelto por el equipo de Stephen meses después de su muerte-. Por otro lado, sus trabajos más famosos fueron acerca de la unificación de las teorías más importantes de la física en una teoría del todo y sus estudios, junto con el físico Roger Penrose, acerca del inicio del universo.
Como fruto de estos trabajos y los restantes que quedan sin nombrar, Hawking recibió incontables premios, como la medalla Albert Einstein, 12 doctorados Honoris Causa, entre muchos más. Por otro lado, también fue miembro de la Real Sociedad de Londres, de la Academia Pontificia de las Ciencias y hasta llegó a ser titular de la Cátedra Lucasiana de Matemáticas –puesto que alcanzó hace más de 400 años Isaac Newton-.
Por último, a lo largo de toda su vida escribió incontables artículos científicos y libros, tanto para lectores especialistas como para aficionados. Cuando murió, su equipo y familia publicaron “Breves respuestas a las grandes preguntas”, libro que estaba escribiendo Stephen y lo completaron sus compañeros para que sea publicado. Los restos del célebre científico fueron llevados a la Abadía de Westminster, junto a las tumbas de Isaac Newton, Charles Darwin y otros grandes de la historia científica. Su secuencia de ADN fue guardada en una memoria, la cual se encuentra en la Estación Espacial Internacional, en el espacio, al que Stephen le dedicó tanto tiempo y estudio.
Stephen no fue un científico más; inspiró a miles de personas y nos enseñó, con su capacidad de análisis e inteligencia, cosas que en su momento nadie podía comprender. Divulgó sus estudios de manera asombrosa y equilibrando lo específico y complejo de la ciencia con su gran carisma. Nos dejó sus trabajos para que otros científicos continúen con su legado y así sigan expandiendo nuestro conocimiento acerca de dónde estamos, quiénes somos y por qué estamos aquí. Una historia de amor por la ciencia.
Por: Santiago Dorsch