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¿Por qué la sociedad se movilizó ayer? ¿Cómo se defiende la Universidad Pública?

En la jornada de ayer, 23 de abril, se llevó a cabo una gran movilización en reclamo al ajuste que el gobierno de Javier Milei está llevando a cabo en las Universidades Públicas de nuestro país. Esta marcha, convocó a docentes, estudiantes, investigadores y trabajadores no docentes de todas las universidades a lo largo y a lo ancho de nuestro país, pero también se hicieron presentes muchas personas que no están relacionadas directamente con el mundo universitario: exalumnos, agradecidos por las oportunidades que les brindó su facultad, familiares de alumnos y exalumnos, que valoran el cambio que se ve en la forma de vida de las personas de su familia que tienen la posibilidad de realizar una carrera universitaria, políticos que defienden la inversión educativa y, quizás lo más movilizante, personas que no pudieron estudiar en la universidad y así y todo reconocen la importancia de que existan, sabiendo cómo habría modificado su calidad de vida haber podido hacerlo.

Para entender la dimensión de la movilización, debemos comprender primero la naturaleza del problema que afrontan las universidades, y es necesario que esto sea explicado a detalle desde el principio del procedimiento. El presupuesto que se envía a las universidades para desarrollar un ciclo lectivo se desarrolla el año anterior. Para el año 2023, por ejemplo, el presupuesto fue desarrollado en el 2022. La inversión en educación es, como todos sabemos, una de las principales facultades del Estado Nacional, aunque es cierto que en Argentina esta nunca tuvo la importancia que merece. Si bien el presupuesto asignado nunca es alto (o al menos no tan alto como en mi opinión debería serlo), suele ajustarse, año a año, según los niveles de inflación que en nuestro país son especialmente elevados. A diferencia de años anteriores, el gobierno de Javier Milei congeló el presupuesto universitario y, en el año 2024, entregó a las universidades el mismo monto de dinero que se les había entregado en el año 2023, presupuesto que, al mismo tiempo, había sido asignado en 2022. Esto quiere decir que las universidades no sólo recibieron un presupuesto, en marzo de 2024, un 287,9% más bajo que el que habían recibido en el mismo mes del año 2023, sino que a esa pérdida se le suma que ese presupuesto fue votado por el Congreso en septiembre de 2022, y entre su diseño y su desembolso, también perdió un porcentaje a causa de la inflación.                Concretamente, desde septiembre a marzo la inflación acumulada fue de 36,6%. En suma, las universidades fueron ajustadas en un 324,5%.

En estos últimos días, el vocero presidencial Manuel Adorni en reiteradas ocasiones comentó que el problema ya estaba solucionado, porque el gobierno había acordado dos aumentos del 70% en el presupuesto. De ser cierta la mentira del vocero, de todas formas el presupuesto habría quedado en un 184,5%, lo que también sería dramático. De igual manera, esto no fue así ya que ese 140% de aumento de presupuesto es para gastos operativos, como por ejemplo el pago de servicios de luz y gas, servicios que el gobierno desreguló completamente y las universidades ahora no pueden pagar. El problema, es que eso representa tan sólo un 10% de los gastos de las universidades. Por ese motivo, Adorni, el problema no está para nada resuelto. Y se vio demostrado en las calles.

Una vez entendido el problema presupuestario, es importante hablar sobre la importancia que tiene el sistema universitario público de nuestro país.

Argentina es un país muy desigual, que año a año afronta problemas relacionados con la inflación, la pobreza y la inseguridad, entre muchos factores. Un país con tantos problemas no genera un terreno propicio para el desarrollo de las personas, porque básicamente genera que todas las personas tengan puntos de partida distintos y eso dificulta la posibilidad de vivir en un sistema meritocrático. La situación económica y social en la que muchas personas nacen, condicionan los resultados y el lugar al que puedan llegar, porque es muy complicado que el sólo esfuerzo individual, como implica la meritocracia, pueda llevarte al mismo nivel que tiene otra persona ante puntos de partida muy diferentes.

Y no hables de meritocracia,

me da gracia no me jodas

que sin oportunidades,

esa mierda no funciona                                                                             Wos.

Ahora bien, en un país con este nivel de desigualdad, hay un factor muy importante para achicar la brecha: la educación pública, accesible para todos. “M’ hijo el dotor” Es una de las frases más representativas de la historia de nuestro país. Esa frase representa, en esencia, la movilidad social ascendente. Cómo una persona nacida en una situación de vulnerabilidad, en una familia sin educación universitaria, y muchas veces tampoco secundaria, puede tener la posibilidad de estudiar y tener un título universitario, algo que a las personas les brinda no sólo más oportunidades económicas, sino también conocimientos y autoestima necesarios para afrontar el mundo que los rodea.

Esto es lo que está en juego en la discusión acerca de la universidad pública. No es sólo una asignación de presupuesto. Es una disputa sobre cuál es el modelo de país que queremos los argentinos. Por un lado, quienes queremos que Argentina sea un país con inversión educativa, con desarrollo científico y tecnológico en las universidades, con docentes bien pagos y preparados, con alumnos que desean formarse, con movilidad social ascendente y como consecuencia, con una clase media pujante. Por el otro lado, quienes creen que la educación es un gasto y no una inversión, quienes ven a la educación como una mera plataforma de adoctrinamiento, quienes creen que el desarrollo científico sólo está en los grandes laboratorios del mundo, quienes no creen en la movilidad social ascendente, y como consecuencia, quienes van a conseguir que vivamos en dos argentinas: una para los pobres, y otra para los ricos. Porque, si se detiene el ascensor de movilidad por excelencia, que es nuestro sistema universitario, quien nace y crece de un lado de la grieta que plantean, jamás podrá llegar al otro lado.

Volvamos a los datos. Los últimos registros son del año 2022, donde en el sistema público de educación superior argentino había 2.162.947 alumnos. Un número más de 4 veces superior a los que estudian en el sector privado. Tan sólo entre 2010 y 2022, este número creció en un 48%.

El gobierno de Milei tiene, principalmente, 3 discusiones abiertas con el sistema universitario: los extranjeros, el gasto público y el adoctrinamiento. Vamos a abordar, brevemente, cada uno de los tres puntos.

Sobre los extranjeros que estudian en Argentina, Milei fue siempre muy tajante: los extranjeros tienen que pagar. Argentina es el país de Latinoamérica que más estudiantes recibe y que menos estudiantes envía fuera. Aquí hay dos cuestiones. Primero, que esto no sucedería si nuestro sistema público no fuese de excelencia, porque muchas personas quieren venir a estudiar en Argentina y muy pocos argentinos quieren estudiar afuera. Segundo, ¿cuál es el porcentaje de estudiantes extranjeros en el sistema universitario? 4,25%. Un número irrisorio que no modificaría en absoluto la problemática presupuestaria. Además, aunque está el prejuicio de que los extranjeros sólo vienen por la educación pública, en la educación privada los extranjeros representan un 5,5% del total.

En cuanto al superávit fiscal, nuestro megalómano presidente, bajo una analogía con Moisés, se puso en el lugar de estrella para anunciar un superávit fiscal del 0,2% del PBI. Un poco dibujado, Javi. Pero las falacias del superávit no son el tema de este artículo. Lo importante acá es que Milei considera a cualquier depósito de dinero que el Estado lleva adelante como un gasto. No existe, en su dogma, la inversión pública.

  • Comprar aviones F16 sin participar nunca en conflictos bélicos es un gasto también, ¿no?
  • No, no. Cómo vas a decir eso. Eso es importante para el desarrollo de nuestro país.

El presidente quiere tener superávit. No importa a costa de qué. Y conseguir un superávit, después de cuatro años de un gobierno irresponsable a quien no le importó tener o no déficit fiscal, no es para nada fácil. Es una medida muy necesaria, a diferencia de como cree, por ejemplo, Cristina Fernández de Kirchner, un país no puede desarrollarse con déficit fiscal. De hecho, las pocas veces que Argentina tuvo épocas de crecimiento y desarrollo, estas fueron acompañadas del superávit fiscal. De todas maneras, esto no quiere decir que, en 5 meses de gobierno, haya que hacer un esfuerzo sobrehumano para alcanzarlo y que eso signifique pedirles a las universidades que funcionen con un 324,5% menos de su presupuesto. La educación es, para todos los Estados desarrollistas del mundo, que no quieren convertir a su país en un país bananero, una inversión. Y la inversión más importante de todas. En muchas ocasiones escribí de, por ejemplo, casos de desarrollo educativo como Estonia, Finlandia o Corea del Sur. Pero si no queremos ir tan lejos, debemos pensar en algunos de nuestros próceres, y especialmente algunos de nuestros proceres liberales. Porque fue Sarmiento quien impulsó la educación pública en nuestro país y fue Julio A. Roca quien promulgó la ley 1420 de educación común, gratuita y obligatoria. Hasta para algunos de los próceres más liberales, la educación fue una de las más importantes inversiones que pueden hacerse.

Por último, está la cuestión del adoctrinamiento. Principalmente, si alguien cree que una persona que inicia sus estudios universitarios puede ser adoctrinada por un docente, subestima la capacidad crítica y de razonamiento de los estudiantes. Aunque también es importante remarcar que, en la Universidad de Buenos Aires, son docentes personas como Horacio Rosatti, Alejandro Finocchiaro, Juan Grabois y Beatriz Sarlo. Todos ellos, son excelentes docentes y piensan diametralmente distinto. Esta es una muestra fehaciente de que existen opiniones de todo tipo en las universidades, y que algo que las caracteriza es mostrar todas las miradas y que los alumnos, con su capacidad crítica, puedan decidir qué es lo que más acerca a su estructura de pensamiento. Además, si las universidades adoctrinaran en la dirección que Milei cree que lo hacen, nunca habría ganado las elecciones con el apoyo mayoritario de los jóvenes.

Como el presidente mide todo en cuestión de números, es importante hablar de los resultados económicos de tener una carrera universitaria. A los 23 años, edad mínima a la que se estipula que las personas se gradúan, la brecha salarial entre alguien que tiene titulo universitario y alguien que no, es el 22%. Este número va variando con el paso de los años, llegando a su unto máximo a los 58 años, donde las personas con un título ganan un 83% más que los que no lo tienen. Además, se estima que, por cada año de educación universitaria en Argentina, los ingresos aumentan un 10%.

Y como el presidente sólo cree en las leyes del mercado, también es importante pensar en cómo funcionaría el mercado sin inversión pública en educación, y qué mejor forma de hacerlo que con Mercado Libre, la empresa más importante del país, que recibe millones en exenciones impositivas y a la que Javier Milei beneficia constantemente con las herramientas del Estado. En esta empresa, el 59% del personal se recibió en la universidad pública, mientras que más de tres cuartos tuvieron al menos un paso por el sistema público de educación superior. En empresas como Globant, el número de graduados asciende al 71%. Esto evidencia como la educación y la instrucción de nuestros jóvenes mejora los resultados del mercado.

Para cerrar, es importante hablar de la movilización como fenómeno de rebeldía y expresión del descontento.

La marcha llevada a cabo fue impresionante, y juntó a sectores políticos que hasta hace no mucho tiempo se encontraban en veredas opuestas, y también unió a personas de diferentes clases sociales, edades y localidades. Fue, en el último tiempo, la movilización que contuvo a más sectores.

Así y todo, tengo dos reflexiones más para hacer.

La primera es que, hace muchos años y principalmente en el gobierno de Alberto Fernández, que se jactaba de ser un gobierno con la justicia social como bandera y al que le importaba la educación, las universidades sufrieron ajustes y el sistema de educación se deterioró notablemente por el pésimo manejo de la apertura de escuelas y universidades en el marco de la pandemia, que excluyó a muchos alumnos del sistema que son muy difíciles de recuperar. El kirchnerismo, durante todos esos sucesivos ataques a nuestro gran sistema de educación pública, no salió a las calles ni reclamó por más inversión y mejoras en el sistema. Ahora, con un gobierno opositor, parece que siempre hicieron lo mejor para nuestro sistema educativo.

Por otra parte, muchas personas consideran que una movilización es suficiente para evidenciar el hartazgo que todos tenemos de que el gobierno de Milei desfinancie la educación. Pero marchar no es la única manera de rebelarse ante el sistema en el que vivimos. La mejor forma de rebelarse ante un sistema que quiere desfinanciar la educación para que deje de existir la movilidad social, es demostrando cuánto nos interesa educarnos y adquirir conocimientos, que van a sernos útiles en nuestra lucha individual de mejorar nuestra situación, pero también a ser parte más importante de una lucha colectiva por un país más desarrollado, inclusivo, justo y educado.

Estudiar, cursar en la Universidad Pública, formarse para ser un buen estudiante y un futuro excelente profesional, también son formas de rebeldía ante un sistema al que no le sirve que la sociedad en general y los jóvenes en particular, pensemos por nosotros mismos, tengamos una formación académica y una visión crítica del mundo que nos rodea.