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CIENCIA

Las llaves fortuitas a un gran descubrimiento: ¿Casualidad o causalidad?

Las llaves fortuitas a un gran descubrimiento: ¿Casualidad o causalidad?

En las ciencias no todo es metódico: siempre hay algo de humano en el proceder científico. Cuando proponemos hipótesis, ideamos soluciones a problemas determinados o se realizan descubrimientos, no se sigue un método específico; más bien hay cierto indeterminismo en estos procesos. Centrándonos en los momentos eureka de la ciencia, nos encontramos con un sinfín de casos donde la serendipia juega un rol protagónico.

No obstante, estas serendipias en la ciencia actual no suelen ser como el momento en el que Arquímedes descubre su principio homónimo. Hoy en día, los descubrimientos suelen ser desarrollados por científicos -personas que tienen al menos un título de grado en ciencias- y en proyectos que cuentan con fondos que pueden alcanzar cifras millonarias. Ya no alcanza con una bañera llena de agua. A pesar de este panorama, el caso que venimos a desarrollar hoy rompe con esta línea general.

¿Te imaginás que, realizando observaciones astronómicas siendo un aficionado, te encontrás con algo que los astrónomos vienen buscando hace décadas? Imposible de prever, pero probable en la realidad. Es lo que le pasó a Víctor Buso, un cerrajero y astrónomo aficionado de la ciudad de Rosario, quien fue la primera persona -al menos de la que se tengan registros constatados- en observar la explosión de una supernova.

Antes de desarrollar este hecho, contextualicemos. Las estrellas, como la mayoría de objetos astrofísicos, cumplen un ciclo similar al de los seres vivos: nacen, envejecen y mueren. En este último punto, estrellas masivas -aquellas que su masa es mayor a 8 o 9 masas solares- mueren en forma de supernovas. Este proceso es, en pocas palabras, una explosión de la estrella debido al colapso de su núcleo por la inmensa masa que soporta.

Aunque son eventos no tan extraños en el universo y sus remanentes permanecen visibles por millones de años, el momento de la explosión -y la alta luminosidad que genera- solo duran unos días o incluso algunas horas. Esto hace que nunca se haya podido observar y documentar esta etapa inicial de las supernovas. La complejidad reside en que muchos de estos eventos ocurren a millones de años luz de distancia, haciendo que el cambio de luminosidad sea imperceptible al ojo humano en la mayoría de los casos. Por esto último, el observador -usando telescopios- debe estar mirando en el lugar y el momento indicado. Como si todo esto fuera poco, la predicción exacta de estos eventos es prácticamente imposible a día de hoy.

Es en este contexto que numerosos proyectos científicos han intentado observar estos eventos, aunque han obtenido escasos resultados. Nadie se imaginaba que un observador aficionado, en una noche como cualquier otra, observara lo que buscaban.

Fue el 20 de septiembre de 2016 cuando Víctor, en su observatorio, vio lo que parecía la explosión de una supernova. Se encontraba comparando imágenes que había tomado de la galaxia NGC 613 -ubicada debajo de la Constelación del Escultor- cuando observó una diferencia entre ambas: había un punto brilloso que en la foto tomada hacía una hora no aparecía.

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Luego de analizarla con detalle y descartar otras explicaciones de esta anomalía, realizó un aviso internacional de su observación. Luego de contactarse con astrónomos argentinos y mostrarles el material que había recaudado, pudieron confirmar las suposiciones: aquel punto luminoso era el nacimiento de una supernova. Dos años después, en febrero de 2018, los astrónomos Gastón Folatelli y Melina Bersten, quienes trabajan en el Instituto Astronómico de La Plata y son investigadores adjuntos del CONICET, lideraron la publicación del artículo detallado de las observaciones hechas por Víctor, publicándolo en la prestigiosa revista científica Nature. La supernova en cuestión se llamó SN 2016gkg -lo sé, parece que los astrónomos escriben los nombres de los astros con los ojos cerrados-.

Las casualidades rodean este caso. Aquella noche, Víctor solo abrió una parte de la cúpula que cubre su telescopio ya que el motor con el cual la mueve hacía mucho ruido y no buscaba molestar a sus vecinos. De esta manera, solo podía ver una parte del cielo nocturno.

Sumado a esto último y a lo breve que son estos sucesos, la lejanía de la supernova complejiza aún más la situación. Se encuentra a unos 80 millones de años luz -por tanto, cuando explotó, los dinosaurios se encontraban en la Tierra- y el tamaño en el cielo nocturno de NGC 613 -la galaxia que la contiene- es de unos 4,6 x 2,4 minutos de arco. Desde nuestra perspectiva, la galaxia se ve como un grano de arena ubicado a 20 kilómetros del observador. Si ya esto te parece pequeño, imagina que la estrella que produjo a SN 2016gkg era una de las millones de estrellas que se encuentran allí. El hecho que Víctor haya observado en esa región del espacio aquella noche es producto de un cúmulo de casualidades.

Además de casualidades, la clave -o, mejor dicho, la llave- reside en su constancia. La pasión que guía a Víctor a invertir sus noches en observar el cielo nocturno lo han dotado de habilidades y conocimientos sin siquiera haber estudiado una carrera de grado en ciencias astronómicas. Su caso nos demuestra que aún en la ciencia de nuestros días pueden existir esos momentos Eureka en donde menos se esperan.

Escrito por: Dorsch, Santiago