Todos conocemos, en mayor o menor medida, la influencia que tiene la ciencia en nuestra vida cotidiana y en el avance de nuestra sociedad. Gracias a este campo de estudio, el humano alcanzó hitos como la llegada del hombre a la luna, la invención de la electricidad, la creación de vacunas, la comprensión del espacio exterior, la composición de la materia, entre incontables historias más.
Estos ejemplos, como los muchos más que podemos imaginar y apreciar en nuestra cotidianeidad, impactan desde una perspectiva positiva, puesto que, a simple vista, no generan impactos negativos sobre nuestro desarrollo como individuos y colectividad.
En general, este punto de vista atribuye a la ciencia un carácter de herramienta esencial para el desarrollo y crecimiento de nuestras capacidades y conocimientos como especie. Por consecuencia, esto adjudica un gran reconocimiento y admiración a aquellos autores de investigaciones e invenciones: los científicos.
No obstante, de la misma forma que una moneda tiene dos caras, la ciencia, al unísono de realizar descubrimientos increíbles, ha desarrollado bombas nucleares, armas bacteriológicas, agentes altamente contaminantes para el ambiente y todo tipo de armas. Por esto y más, podemos dudar por diversas razones que ciertos descubrimientos sean beneficiarios para nuestra sociedad.
Es en esta clara contraposición entre dos tipos de desarrollos científicos donde se encuentra el interrogante del título de este artículo. A partir de esto, nos surgen más incógnitas: ¿Debemos suponer que la ciencia siempre genera un bien a la sociedad de alguna manera? ¿O pensar que con cada invención se genera algún desorden o desventaja a la sociedad? ¿Habrá algún balance entre estos escenarios contrapuestos de la ciencia?
Esta disparidad entre los efectos de la ciencia en las sociedades se aprecia, a grandes rasgos, por dos factores principales. Por un lado, el hecho de no comprender la verdadera esencia y posturas del personal científico, ya que la idea general de que los científicos son seres “supra políticos” o “externos a los sentimientos y acontecimientos sociales” no encaja del todo con la realidad. Por el otro, nos encontramos con las intervenciones ajenas a este campo de estudio, entre las que podemos encontrar la participación del Estado o de distintos entes políticos y económicos. Es la combinación de estos dos agentes la que genera esta perspectiva disruptiva de la ciencia.
Centrándonos en el primero de estos dos puntos, debemos entender que los científicos, como también los psicólogos, políticos o demás profesionales, no dejan de ser humanos. Su condición de poseer conocimientos específicos en un campo no los exime del ambiente social, como tampoco del hecho de poseer sentimientos, ideologías, posturas e intereses. Esta realidad nos abre la puerta a apreciar que, tanto los descubrimientos con consecuencias “buenas” o “malas”, están intrínsecamente relacionadas con los objetivos personales del investigador, los intereses económicos del mismo, su postura política frente al contexto de su época, entre muchas variantes más.
Este aspecto demuestra que puede haber ciencia por caprichos, a través de errores y demás características propias de las personas. Al fin y al cabo, la ciencia es un campo de estudio creado por hombres, ejercido por humanos y aplicado a personas y sociedades. A través de
esto último, no es de sorprender que nuestras características propias, las que nos hacen personas, se vean reflejados en la ciencia y su ámbito.
Luego de comprender este factor, nos toca interpretar la influencia de ámbitos extra-cientificos. Entre estos campos de estudio podemos encontrar a la política y la economía, como también a sujetos trascendentales, como el Estado. Las irrupciones de estos agentes a lo largo de la historia han sido esenciales y determinantes para el curso de la ciencia, puesto que esta última se encuentra dentro de los cambios y modificaciones de políticas de Estado, necesidades sociales y factores económicos. Esta clara dependencia movilizó a la ciencia a ámbitos, tales como el bélico o empresarial, donde el beneficio que otorga la ciencia, utilizada como herramienta, es para unos pocos y no para el conjunto de las sociedades.
Entendiendo ambos aspectos analizados, es claro que la premisa de una ciencia que busca el bien social es solo un ideal, un modelo que encaja con las tendencias perfeccionistas de un campo de estudio tal. La realidad está muy alejada de esta fantasiosa idea.
Ahora se ve de forma cruda las intrínsecas relaciones entre la ciencia, la política, la sociedad y, por supuesto, los individuos. Existen intereses, sentimientos e ideologías de por medio, las cuales deforman el ambicioso ideal del ámbito científico.
Entonces, ¿esto significa que la ciencia siempre genera un efecto contraproducente a la sociedad? No necesariamente. Podemos definir que la ciencia es positiva para la sociedad, como también que algunos de sus efectos son negativos. Sin embargo, aquello que delimita si esta área de estudio es provechosa o adversa será la posición del individuo que analice, su lugar en el conjunto de sociedades y su experiencia cotidiana con los desarrollos científicos.
A pesar de todo este análisis, la pregunta seguirá siendo tema de debate y estará expuesta a diversos análisis, con la intención de darle una respuesta concreta. Pese a ello, la belleza de este tipo de interrogantes reside en su incompletitud al momento de encontrarle una respuesta.
Escrito por: Dorsch Santiago