Me encanta.
Me encanta la locura. El sentir apasionada e intensamente todo como si no hubiera un mañana. Es un sentimiento hermoso, y quien que lo niegue, carece de eso. Darle un giro a tu vida sin razón alguna y sin consultarle a nadie, cambiar los planes sobre el rumbo, decidir hacer una cosa y terminar haciendo otra, que es lo que realmente querías. Existen mil maneras de expresar la locura. Locura como sinónimo de ilusión, de adrenalina, un alma libre que contagia vida.
Locura como manera de fluir, como estilo de vida y sentido de pertenencia. Locura como sensación de libertad que se encuentra a un latido de distancia. Locura como insensatez de rumbo, pero tranquilidad de corazón.
Hay gente que es súper estructurada, que no se permite una bocanada de aire fresco, un pequeño destello de luz. Estas son personas decididas y capaces de mantener una postura de por vida. Mientras tanto, estamos nosotros, que tratamos de imitarlos pero que no podemos, porque tarde o temprano nos descuidamos y no pudimos contenernos.
El arte está en el secreto de usar la palabra “loco” para encubrir un intento de libertad. El cambiar o dar vuelta una situación porque nuestro corazón late a un ritmo distinto del que estamos queriendo marcar. Como si tocáramos el violín, pero estuviéramos interpretando una canción distinta al resto de la orquesta. La locura como sinónimo de decisión precipitada, de instinto. De deseo de ser un poquito más libres. Llamémonos locos como excusa de seguir a nuestro corazón.
Presentando y percibiendo así a la locura, ¿quién prefiere vivir cuerdo?
Escrito por: Ugartemendia Maite
