Desde los orígenes mismos del deporte (al menos de esa aproximación griega y romana que todos asociamos al atletismo y las Olimpíadas), este concepto se encuentra fuertemente arraigado a la actividad física de cualquier índole.
Remontándonos al caso de nuestros predecesores europeos, ellos veían este tipo de práctica no solo como una forma de mantenerse saludables y entretenerse, sino también como un ámbito con un fuerte papel educativo, transmitiendo así sus valores, morales, técnicas, entre otras cualidades.
Podríamos decir, entonces, que su gran sentido de la deportividad iba más allá del deporte en sí: este se encontraba intrínsecamente ligado a cada uno de ellos debido a su filosofía de vida y orgullo, tanto individual como colectivo.
A pesar de esto, este término parece haber quedado sepultado junto con ellos, ya que hoy en día es cada vez más difícil de ver esta especie de actos sinceros y honestos.
Por supuesto que hay casos y casos, pero es innegable que, si ponemos en una balanza los actos honestos y deshonestos, estos últimos salen ganando por goleada.
¿Cuántas veces hemos visto, por ejemplo, a un jugador fingiendo una lesión para hacer tiempo? ¿Y situaciones que se descontrolan hasta el punto de insultarse y golpearse mutuamente? O incluso, mucho más sencillo, situaciones en las que rompen (o intentan romper) las reglas para ganar una “ventaja” por sobre su rival.
La verdad es que, de todas las cosas que heredamos de estos antepasados nuestros, la deportividad no ha sido una de ellas.
Pero no todo está perdido. Aún podemos corregir no solo nuestra propia actitud frente a situaciones adversas (refiriéndome, al menos, al ámbito deportivo), sino que también podemos inculcarles estos valores a las generaciones venideras, asegurando así el juego justo y limpio, como alguna vez lo fue.
De esta forma, podremos evitar que el deporte se transforme en lo que debería destruir; barreras y conflictos, volviendo así a sus principios de garante de salud y entretenimiento, además de educador.
Escrito por: Albertella Mateo