Indiscutiblemente, la pandemia tomó por sorpresa a todo el mundo, llamándonos al aislamiento y estableciendo nuevos estilos de vida. Uno de los sectores más afectados fue la educación, obligando a los alumnos a aprender a través de pantallas dentro de sus diversos entornos familiares. Pero dentro de esta rama, las escuelas rurales fueron las más desfavorecidas.
EduRural, una Red de Organizaciones que trabajan para promocionar la educación rural de la Argentina, dijo: “La tecnología vino para quedarse. Y en momentos como éstos, ya no es lo mismo tener o no Internet, datos móviles, un celular con cámara, una computadora o una tablet. No. No da lo mismo estar conectados que (des)conectados”. Además de: “¿Cómo evitar que los alumnos se desconecten de sus rutinas escolares? ¿Cómo volver a atraerlos y lograr que retomen sus trayectorias educativas?”. La falta de recursos que poseen los sectores rurales en cuanto a la tecnología marcó la brecha de la desigualdad en un derecho obligatorio para todos, sin importar nuestra condición.
Tanto alumnos como maestros se vieron en una situación desconcertante, buscando y probando distintas maneras de poder interactuar y desarrollar las clases.
Si bien ya comenzaron las clases presenciales, es inevitable el retraso de contenido y el estancamiento en el aprendizaje que generó la pandemia. El COVID-19 no solo generó una retención en la educación, sino que también nos dejó en claro que derechos supuestamente sin distinción de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición, en algunas situaciones son difíciles de sobrellevar.
Nadie estaba preparado para tremenda situación, pero aprendiendo de lo sucedido, tenemos que reforzar y apoyar a todas las áreas destinadas al futuro de nuestra sociedad: los niños, que sin educación solo son sujetos destinados a la desinformación e ignorancia.
Por: Rafaela Petacci