Ya hemos hablado en múltiples ocasiones acerca de los Premios Nobel. Este reconocimiento se concede a científicos, escritores y otros individuos por su labor y ha sido considerado -y lo sigue siendo- símbolo de grandeza y excelencia académica a lo largo de su historia. Sin embargo, este premio no fue visto de la misma manera en algunos contextos sociales, lo que ha abierto la puerta a que ocurran historias tales como la que desarrollaremos en este artículo.
El Régimen Nazi era una oposición clara a la entrega de estos premios, en especial a personas pertenecientes al Tercer Reich. Si bien no hay un hecho que justifique con certeza esta discrepancia, se cree que la entrega del Nobel de la Paz al periodista alemán Carl von Ossietzky en 1935 por su denuncia al rearme clandestino de Alemania, lo cual violaba el Tratado de Versalles, podría haber sido el precursor.
Luego de aquel hecho, el régimen promulgó una ley la cual impedía a los ciudadanos recibir el premio de la academia noruega. Esto último impidió a Richard Kuhn, Adolf Butenandt y Gerhard Domagk a recibir sus respectivos premios -luego pudieron recibir la medalla de reconocimiento, no así el dinero- entre 1938 y 1939.
Sumado a esto, sacar oro de la Alemania nazi era considerado un delito. Dato no menor, pues las medallas Nobel se encuentran hechas en su totalidad de oro y, en ellas, está inscrito el nombre del ganador. Esto hacia que, si el Reich encontraba medallas de ciudadanos alemanes fuera del territorio, luego sería fácil saber quién era el culpable de ello.
En este contexto de prohibiciones es donde el ingenio se entromete. Max Von Laue y James Franck, científicos alemanes y ganadores del Nobel de Física en 1914 y 1925, respectivamente, enviaron sus medallas al Instituto de Física Teórica de Copenhague, liderado por Niels Bohr, con la intención de protegerlas de los soldados del Reich.
Dinamarca parecía seguro. Lo que no se habían imaginado es que, en 1940, las tropas de la Gestapo llegarían al país. El Instituto de Bohr había protegido, a lo largo de los años, a múltiples científicos judíos, lo cual volvía evidente que los soldados ingresarían al edificio tarde o temprano. Las medallas debían ser escondidas.
George de Hevesy, un químico húngaro que trabajaba en aquellos laboratorios, comenzó a pensar cómo esconder las medallas. Primero, propuso enterrarlas, idea que Bohr descartó inmediatamente ya que los soldados revisarían cada rincón del instituto. Descartando esta opción, Hevesy optó por usar la química. Si bien el oro es un elemento poco reactivo -de los elementos menos reactivos que existen-, en aquella época ya se conocía el agua regia y su capacidad de disolver incluso el oro.
De esta manera, George mezcló ácido clorhídrico y ácido nítrico para crear el disolvente y, en dos frascos distintos, introdujo las medallas. El proceso es lento, pero, al cabo de unas horas, las medallas se encontraron totalmente disueltas en la solución. Hevesy colocó ambos líquidos en un frasco de la estantería y, tiempo después, abandonaron el edifico frente a la invasión nazi.
De esta manera, las medallas pasaron desapercibidas de la invasión. Luego del fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa, Hevesy y el resto de científicos pudieron volver al instituto, encontrándose con el frasco de agua regia intacto. Posteriormente, precipitó el oro para luego enviarlo a la Academia Sueca en Estocolmo, donde reconstruyeron las medallas con el oro original.
Escrito por: Dorsch, Santiago