San Nicolás de los Arroyos, 20 de marzo; una noche más como tantas en la ciudad, hasta que en la madrugada sucedió una explosión que sería parte de una saga de tragedias acontecidas en el pasado por un nombre que se viene repitiendo a la largo de los años en toda la ciudad, especialmente en los vecinos de Barrio Química y barrios aledaños: ATANOR.
Pero, ¿qué es ATANOR? La empresa, con 80 años de trayectoria, está especializada en la producción de agroquímicos, los cuales son utilizados para la “protección” de cultivos, tales como la soja, trigo, maíz, tomates, entre otros. En sus propias palabras, aseguran estar a favor de un futuro sostenible, gestionan las buenas prácticas agrícolas, se encuentran comprometidos a construir un mundo mejor, en la prevención y el cuidado del medioambiente, y de las zonas que los circundan.
En la planta de San Nicolás, donde se producen estos agroquímicos (herbicidas, insecticidas, fungicidas), podemos ver cómo la mentira del “greenwashing” entra en funcionamiento en sus niveles más cínicos. Como pudimos leer anteriormente, la empresa se compromete a cumplir una lista de “buenas prácticas”, las cuales son desmentidas exponencialmente con una larga muestra de pruebas en contra de las gestiones de ATANOR. Desde operarios heridos (como el del último caso ocurrido) debido a que ni siquiera realizan correctamente los controles de sus maquinarias, y denuncias por parte de los vecinos ante no solo la justicia provincial y nacional, sino también ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (donde presentaron un censo con 200 muertes por diversas enfermedades en las 6 cuadras aledañas a la planta de producción); hasta fallos judiciales adversos e históricos, que derivaron en una indemnización sustitutiva por el daño ambiental ocurrido en el Río Paraná, fijada en un monto de 150 millones de pesos (la misma no fue, hasta el momento de escrito este artículo, abonada por la empresa).
Entonces, ¿acaso esto es desarrollo? Operarios heridos en hospitales, gente muerta por cáncer, incentivar que trabajadores de la empresa se pongan en contra de vecinos de barrio, los cuales exigen por un derecho tan básico como el de poder vivir en un ambiente sano. En lo personal, considero que meterse con la fuente de ingresos de un operario que, seguramente sea la principal fuente de sustento de una familia, es algo infame, más en el actual contexto económico argentino, aunque, sin ánimos de generar una nueva dicotomía innecesaria, me veo obligado a preguntarme, y por extensión también preguntarle a toda persona que lea este artículo, la siguiente cuestión: ¿acaso un puñado de sueldos es más importante que el bienestar de cientos, o incluso miles, de familias de la ciudad?
Si bien no pienso responder la pregunta que acabo de realizar, al menos no de manera directa en este artículo, no inocentemente pienso direccionar la respuesta. Este no es un caso aislado que solamente sucede en San Nicolás; existen cientos de casos similares en todo nuestro país. Argentina es un país donde un puñado de saqueadores decide el bienestar, o no, de millones de habitantes de este suelo, el cual, si no son contaminados vecinos de un barrio de una ciudad de cientos de miles de habitantes, son contaminadas comunidades rurales y/o aborígenes, la vida en bosques, glaciares, salares, y un largo etc.
Para ir finalizando, y volviendo al caso puntual de ATANOR, la organización ambientalista internacional, Greenpeace, confirmó la presencia de “atrazina” (un herbicida prohibido en 37 países desde el 2004 por la Unión Europea y Estados Unidos) y otros tóxicos en el ambiente circundante a la planta de producción. Los tiempos del dinero y de las personas a pie, como hemos visto en muchos casos, van por carriles distintos. Los vecinos se siguen organizando en asambleas para debatir qué medidas tomar con relación a ATANOR. Denuncias, marchas, actividades artísticas, forman parte del abanico de acciones por las cuales los vecinos y ciudadanos que apoyan su lucha han decidido optar.
Una frase dice que: “la única lucha que se pierde es la que se abandona”. El derecho a vivir libremente en un ambiente sano es una causa que tendría que unirnos a todos. Lamentablemente, los intereses de unos pocos poderosos, sus argumentos bien armados y la capacidad que tienen de torcer voluntades, siempre generaron rupturas en nuestra unión, llevándonos a la falsa dicotomía planteada en el título de artículo: ¿Qué es más importante para mí, el ambiente o el desarrollo? Mientras esta pregunta siga siendo respondida por quienes tienen la libertad de destruir el ambiente por un puñado de dólares que jamás llegan al ciudadano de pie, vamos a seguir viendo cómo nuestra calidad de vida va a seguir siendo peor día a día.
Escrito por: Russo Matias