Argentina, al igual que el resto de Latinoamérica, ha de reconocerse como un país culturalmente populista. Durante gran parte de la historia han gobernado espacios con estas características, con resultados peligrosos para la integridad de una república. La influencia de la modalidad ha conseguido expandirse, secuela que deja marcas y que en los períodos electorales se evidencian con claridad.
Los populismos exceden una orientación política; los hay de derecha y de izquierda. Todos dicen representar al pueblo y se sostienen a partir de una lógica bastante sencilla de reconocer, que describiré a continuación.
En primer lugar se busca idealizar la imagen del populista: un líder carismático con temperamento y firmeza para liberar la opresión del pueblo. El segundo punto es la clave generadora de masas, que tiene que ver con el reconocimiento de los seguidores con un concepto original (véase descamisados, compañeros, camaradas, leones). El tercer factor es demarcar al grupo de fieles seguidores; quienes se opongan o critiquen al líder se convierten de manera automática en enemigos.
A modo de análisis general, es notoria la anulación de libertades individuales y coartación de la libre expresión en la que recae la lógica populista. O se apoya al líder, o se pasa a ser funcional al enemigo.
La portada del artículo lleva como personaje principal a Javier Milei, el innovador populista de derecha que aparece en la política nacional con intenciones de patear el tablero y quitarle el monopolio del populismo al peronismo. Casi como un rockstar, Milei aparece siendo furor en un sector importante de jóvenes a los que capta con un speech antipolítica, vendiendo un mensaje (supuestamente) liberal, pero que en la práctica se aleja bastante, y es que ausentándose en un gran porcentaje de sesiones en el Congreso (utilizando ese tiempo para realizar actos de campaña), llenando su equipo de asesores y realizando acuerdos con políticos provenientes de los sectores más corruptos que infectaron la política argentina, logra silenciar las críticas y apaciguar la fiereza de sus “leones”.
Lo que comenzó siendo un fenómeno liberal de defensa al proyecto de vida del prójimo, apostando por la transparencia política, la libertad económica y la pluralidad de voces, hoy no es más que un nido de fanatismo extremo, de apoyo incondicional al líder, en donde la crítica no es una opción, y en donde lo único valido es repetir todo lo que dice el león. ¿Será acaso que la verdadera grieta es populismo vs liberalismo?
Para cambiar la realidad política de nuestro país hace falta romper con las recetas que nos llevan a la decadencia. El populismo es más de lo mismo: sea de izquierda o de derecha, atenta contra la democracia y la república (véase el asalto al Capitolio estadounidense en defensa de Trump o lo ocurrido en Brasil hace unas semanas en defensa a Bolsonaro). Con estas fórmulas, el fracaso es inminente. La salida es posible con libertad, república y democracia. Afortunadamente, hay una porción de diputados que toman en serio esta lucha, defendiendo los valores de la libertad y teniendo en claro el lugar que ocupan, representando a su electorado.
La libertad no se logra siguiendo a un “león” o gritando “casta, casta, casta”, se defiende a diario en todas las acciones que llevamos adelante como individuos y con legisladores que presentan proyectos y asisten a las sesiones.
Por: Francisco Garavaglia