Nuestra Redes Sociales

Imaginémonos que estamos en una cancha de fútbol viendo un partido de nuestro equipo contra su clásico rival. En un momento del partido, los jugadores del equipo rival comienzan a tocar la pelota con la mano y el árbitro no cobra nada. Algunos de nuestros jugadores van a reclamar y terminan siendo amonestados por protestar. El otro equipo continúa tocando la pelota con la mano y los jugadores de nuestro equipo ya no quieren protestar para no ser expulsados. En un partido ya totalmente desvirtuado, los contrarios, a los que no les alcanzaba con tocar la pelota con la mano, comienzan a pegar patadas sin cesar y el árbitro, increíblemente, sigue sin cobrar absolutamente nada.

El partido sigue así hasta que, a un jugador de nuestro equipo, ya que no pueden protestar porque todos están amonestados, se le ocurre tocar la pelota y ve que el árbitro tampoco cobra nada. Esto quiere decir que el árbitro no estaba inclinando la cancha a favor del otro equipo, sino que simplemente no cobraba faltas cuando un jugador la tocaba con la mano. Lo mismo sucede cuando los jugadores de nuestro equipo comienzan a pegarle a los rivales; no hay sanciones. Cuando eso sucede y ambos equipos se dan cuenta que pueden agarrar la pelota con la mano y pegarles a los jugadores del equipo contrario sin consecuencias, el juego se desvirtúa completamente; se convierte en una batalla campal, donde no existen las reglas y el juego sucio se vuelve la norma.

Este ejemplo, muy sencillo, refleja a muchos sectores de la sociedad y nos deja el mensaje de que, si un equipo saca una ventaja desleal, el equipo contrario debe achicar esta desventaja, también deslealmente, puesto que, si no lo hace, perderá por goleada. Se justifica el juego sucio porque el rival también lo hace. Además, esta lógica es muy difícil de parar, ya que únicamente finalizará si ambos equipos dejan de pegar y de tocar la pelota con la mano, porque si sólo lo hace uno, el otro quedará automáticamente en desventaja.

Ahora bien, es menester definir, terminando con la analogía futbolística, quiénes son los culpables del negocio de la polarización y si estos son o no capaces de resolverlo:

En primer lugar, tenemos a las redes sociales. Y no es que las redes sociales per se quieran aumentar la polarización, sino que su negocio es maximizar el tiempo que nosotros, como usuarios, pasamos en las redes. ¿Qué es lo que más nos engancha? Está claro, la polarización, las disputas y las agresiones, es por eso que la mayor parte de nuestro tiempo en redes lo gastamos leyendo acerca de disputas entre nuestro equipo y el otro, o bien tratan de hipnotizarnos con lo que a nosotros sí nos gusta y que no tengamos la posibilidad de observar opiniones distintas. Muchos vaticinan con la posibilidad de que el Estado regule las redes sociales o el contenido que está a nuestro alcance, pero esta, francamente, no podría ser solución.

También el periodismo y en los medios de comunicación se incita periódicamente a la polarización. Y no es que los periodistas sean malos o los medios no sirvan, simplemente que, como en el mundo de las redes, “garpa” más para los fanáticos de un espacio ver a un periodista con el que comparten ideales, denostando a alguien del otro espacio, que haciendo autocrítica de su propio sector. Aquí podemos volver a realizar una analogía deportiva, donde, en los programas de deportes, siempre se difunde más una pelea donde los integrantes casi terminan a las piñas, que un serio análisis de un equipo que constantemente marca récords. Además, muchas veces los periodistas son apretados por los barras, siendo acusados de “tibios”, y por este temor a la tibieza, se terminan tomando posiciones extremas. Por estas razones, tampoco considero que la solución esté en el periodismo, ya que la polarización terminó siendo un modelo de negocios para los medios de comunicación.

Quienes las personas consideran que son los mayores responsables son los políticos. Pero en este caso, no es para nada difícil darnos cuenta por qué. Pensemos, ¿es más fácil controlar a un grupo de personas que constantemente te exigen que seas aún mejor o a un grupo de fanáticos que te seguirán sin importar nada? Claramente, al grupo de fanáticos. Sería mucho pedir que, si no se hace un escándalo por este juego de agresividad y descalificación que les da más visibilidad en medios, en redes y los pone siempre en los reflectores, dejen de jugarlo. Y no podemos dejar atrás una regla básica de la movilización de masas: nada unifica más que un enemigo en común. Y disculpen que vuelva hacia las analogías futbolísticas,  aún continúo en modo Mundial, pero hay un ejemplo claro y es que, si en una habitación se encuentran cinco hinchas de Boca, entre ellos se matarían discutiendo acerca de si está bien que le renueven a Ibarra, sobre los acontecimientos extra futbolísticos de Villa, sobre si Roncaglia está para jugar, etcétera. Ahora bien, si ingresa un hincha de River a la habitación, los cinco, sin dudas, irán a defender a su club contra el hincha de su clásico rival. Con un sistema político tan débil y heterogéneo, sin un enemigo común, no existiría ninguna coalición. Dadas las reglas del juego y volviendo a la analogía inicial, hoy los mejores jugadores en el campo de la política no son los más habilidosos, sino los que mejor tocan la pelota con la mano. En este panorama, tampoco son los políticos quienes puedan solucionar el problema de la polarización, ya que son parte de ella.

Entonces, ¿quién nos va a salvar de este lío? No, no es el Chapulín Colorado. Tampoco Superman. Somos nosotros. La sociedad debería ser el árbitro de este partido, porque si bien creemos que somos sólo espectadores, somos nosotros quienes damos rating a las discusiones y agresiones, nosotros retuiteamos tweets denostando a quienes piensan distinto, nutrimos de intolerancia las reuniones familiares y también nosotros tenemos la potestad de votar o no a quienes juegan sucio. La sociedad debe darse cuenta de que somos el árbitro, cobrar falta cuando alguien toca la pelota con la mano o le pega al rival. Es difícil, sí, ya que gran parte de las personas debería ser árbitro siendo hincha de uno de los dos equipos, pero eso no debería detenernos, ya que debe prevalecer que, siguiendo el ejemplo futbolístico, el fútbol es más grande que un equipo, y en nuestra sociedad, que la democracia es más grande que cualquier partido político.

Por: Tomás Ingoglia

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