MEDIO AMBIENTE
Atanor: una amenaza silenciosa
El día 20 de marzo del año 2024, actualmente a casi un año de este acontecimiento, la tranquilidad de San Nicolás se vio interrumpida por una fuerte explosión en la planta de agroquímicos Atanor, ubicada en las calles Rivadavia y Ponce de León. Según informes, alrededor de las 3:30 a.m., uno de los reactores sufrió un aumento de presión durante el proceso de síntesis química de atrazina, lo que provocó la ruptura de su tapa y desencadenó un incendio en el sector de aminación de la planta.
Para un mayor entendimiento de la importante sustancia que se dispersó luego de la explosión, la atrazina es el nombre común de un herbicida ampliamente usado principalmente en fincas, la cual en su estado puro es un polvo blanco, sin olor, no muy volátil. No es reactiva ni inflamable y se disuelve en agua. Es una sustancia manufacturada y que no ocurre naturalmente. Se usa en cosechas como por ejemplo caña de azúcar, maíz, piñas, sorgo y en ciertos tipos de nueces. También se usa en áreas para reforestación con pinos, como para prevenir el crecimiento de hierbas a lo largo de carreteras y líneas ferroviarias. La atrazina puede ser rociada sobre cosechas antes de que las mismas empiecen a crecer y después de que han emergido del suelo.
Pero aunque sus usos y características parezcan inofensivos para el ser humano, según la ATSDR (Agency for Toxic Substances and Disease Registry por sus siglas o Agencia para Sustancias Tóxicas y Registro de Enfermedades), los efectos en la salud incluyen problemas en el sistema reproductivo, alterando niveles hormonales y aumentando el riesgo de parto prematuro. En estudios con animales, causó daño en hígado, riñón y corazón. Pero no hay evidencia concluyente de que cause cáncer en humanos, aunque en ratas se observaron tumores. En niños, hay poca información disponible sobre los efectos en su salud, pero se ha asociado con bajo peso al nacer y defectos congénitos en fetos. Otros estudios con animales comprueba que la exposición prenatal redujo la supervivencia fetal.
Tampoco se ha comprobado si la atrazina puede pasar de la madre al bebé a través de la placenta o la leche materna, pero sí cómo puede ingresar a nuestro cuerpo al ser inhalado, ingerido o al entrar en contacto con la piel, este mismo se distribuye por la sangre y se transforma en metabolitos que no se acumulan en el cuerpo y se eliminan en su mayoría por la orina, entre 24 a 48 horas.
Por el momento, no se sabe mucha información acerca de la atrazina y los problemas que conlleva la exposición de la misma a nuestro cuerpo, aunque no es el único producto que se encargue de producir Atanor, sino que también esta empresa produce otros tres más, conocidos como glifosato, 2,4-D y flubendiamide. Este último lo explicaré más adelante.
Básicamente, el glifosato es un herbicida muy utilizado en la agricultura y jardinería para eliminar malezas. Actúa bloqueando el crecimiento de las plantas no deseadas. Sin embargo, su uso ha generado preocupaciones debido a sus efectos en la salud y el medio ambiente.
¿Cómo afecta al ambiente?
El glifosato se adhiere al suelo y es degradado por bacterias, por lo que no suele acumularse en la cadena alimentaria. No obstante, al ser aplicado con atomizador, pequeñas cantidades pueden quedar en el aire o llegar al agua si se usa en exceso. Entonces, puede llegar a nosotros por contacto directo: al tocar plantas recién tratadas o el producto sin protección; por inhalación: al respirar partículas en el aire mientras se rocía; y por ingestión: al consumir alimentos o agua contaminados con residuos del herbicida.
Efectos en la salud
Puede causar irritación en la piel, ojos, nariz y garganta. Si se llega a ingerir en grandes cantidades, puede provocar náuseas y vómitos. Además, la exposición prolongada se ha asociado con problemas respiratorios y del desarrollo fetal en estudios con animales y, aunque no hay pruebas concluyentes en humanos, algunos estudios sugieren una posible relación con el cáncer.
¿El glifosato puede provocar cáncer?
Según la Agencia para Sustancias Tóxicas y el Registro de Enfermedades, Departamento de Salud y Servicios Humanos de los E.E.U.U., esta pregunta se divide en dos tipos de opiniones científicas: si bien la Agencia de Protección Ambiental de E.E.U.U. (EPA) considera que es improbable que cause cáncer en humanos, la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) lo clasificó como «probablemente carcinógeno», basándose en estudios con animales.
Medidas de prevención
Para el cuidado de este herbicida, considerando nuestras fuentes fidedignas y para minimizar los riesgos, se recomiendan usar guantes, gafas y ropa protectora al aplicarlo, evitar el contacto con el aerosol, lavar bien las manos tras su uso, no comer ni fumar durante la aplicación, lavar bien frutas y verduras antes de consumirlas, y mantener a niños y mascotas alejados de áreas tratadas por 24 horas.
Este es el 2,4-D, o ácido 2,4-diclorofenoxiacético, que es un herbicida utilizado en todo el mundo para eliminar maleza en la tierra y en el agua. Se encuentra en diversos productos comerciales y se aplica en jardines, céspedes, campos de golf y parques. Las personas pueden estar expuestas al 2,4-D de diversas maneras, como en la aplicación directa: al usar productos que lo contienen y entrar en contacto con la piel o inhalarlo; por contacto con superficies tratadas: caminar, jugar o estar en césped y áreas recientemente rociadas; en la exposición laboral: los trabajadores que producen o aplican el herbicida tienen un mayor riesgo; y con los alimentos, agua y suelo: la exposición a niveles altos a través de estos medios es poco probable.
Los efectos en la salud
Son muy riesgosos, gracias a que puede afectar la salud dependiendo de la cantidad y la vía de exposición. La ingestión accidental o intencional de grandes cantidades puede llegar a provocar problemas respiratorios y en el sistema nervioso. Estudios en animales muestran daños en sangre, hígado, riñones y glándula tiroides cuando se administran dosis elevadas, mucho mayores que las presentes en el medio ambiente. Los efectos en los niños, según estudios en animales, han encontrado bajo peso al nacer y cambios en el comportamiento en crías expuestas a altas dosis durante el embarazo. Sin embargo, no hay evidencia clara de que estos efectos ocurran en humanos con niveles de exposición ambiental normales.
¿El 2,4-D puede provocar cáncer?
Según algunos estudios, en granjeros y aplicadores profesionales sugieren un posible mayor riesgo de linfoma no hodgkiniano (NHL), que es un tipo de cáncer que se produce en el sistema linfático, ya que están expuestos a dosis más altas. No obstante, pruebas en ratas, ratones y perros no mostraron un vínculo claro con el cáncer. La EPA no clasifica al 2,4-D como cancerígeno debido a la falta de evidencia suficiente, pero la IARC lo considera «posiblemente carcinogénico» en humanos.
Medidas de prevención
Entre las medidas de prevención para este caso de herbicida, se recomienda a los trabajadores usar protección para evitar inhalación y contacto con la piel, evitar contacto con áreas recién tratadas, seguir las instrucciones al usar productos con 2,4-D y no permitir que niños o mascotas jueguen en zonas tratadas recientemente.
En general, aunque el 2,4-D es ampliamente usado, su impacto en la salud humana sigue en estudio. Se recomienda tomar precauciones para minimizar la exposición, especialmente en trabajadores y personas en contacto frecuente con áreas tratadas.
Las verdaderas víctimas
Durante el incidente, la explosión alcanzó a un operario, que fue víctima de la explosión sucedida en Atanor. El mismo fue identificado como Julio César Corvalán, que tuvo quemaduras muy graves, por lo que fue trasladado inicialmente de urgencia al Hospital Interzonal General de Agudos, San Felipe y luego al sanatorio británico de Rosario, debido a su complejo estado crítico en la unidad de cuidados intensivos, con asistencia respiratoria y con vías respiratorias comprometidas.
Luego de casi un mes internado, el lunes 15 de abril del año 2024, Julio volvió a su casa con su familia en San Nicolás gracias a su gran mejora.
Así mismo, luego de la explosión, los vecinos de la zona reportaron una densa nube de humo y un fuerte olor químico en el aire, lo que generó preocupación por la posible toxicidad y contaminación ambiental.
En el barrio Química, donde se ubica la planta de Atanor, es donde viven muchísimas de las familias nicoleñas, inocentes y perjudicadas por los desechos de la planta misma que se ubica a pocos metros de sus hogares. Ya hace varios años viven en la contaminación y los angustiantes relatos de familias sobre las muertes de parientes, conocidos o vecinos que ocurren cerca de la planta son cosa diaria y preocupante.
“Nacido y criado en este barrio”, dice Roberto Pereyra, pensionado, y cuenta que los terrenos se lotearon cuando la fábrica ya funcionaba. “Hay muchos afectados. Yo estoy con problemas respiratorios y tengo heptacloro en sangre”. El heptacloro es un plaguicida prohibido en Argentina y el mundo: “En la Fiscalía me preguntaron a qué distancia vivo de la fábrica. Usted verá: una cuadra” (año 2016).
“Marta señala las calles Argerich y Alem: Fijate: veintiún muertes solo ahí, en menos de dos años. Que nos digan por qué frente a Atanor hay tantos muertos y enfermos. Yo tengo problemas respiratorios, principio de tiroidismo… hay familias enteras que murieron” (año 2016).
María Victoria Delgado, cuenta: “Tengo picazón siempre, se me hacen granos, me rasco y me rasco. Y vengo con problemas respiratorios de antes, con inhalador. Pero lo que me asombra es la cantidad de fallecidos de cáncer que hay en el barrio. Mucho cáncer de pulmón” (año 2016).
Uno de los trabajadores que disparó las primeras denuncias fue Darío Álvarez. Comenzó a trabajar en la planta de San Nicolás a fines de los 90. Lo echaron en 2005 por un accidente laboral. Se sabe que cuenta con problemas alérgicos y dolores en las articulaciones.
“Envasaba y formulaba agroquímicos. Salían para Dow o Nidera, pero todo era de Atanor. ¿Derrames? Permanentemente. Eran de 2 mil y hasta 5 mil litros. Muchas veces no te dabas cuenta porque no andaba la alarma. No tenían un dique, una pileta para controlar. Todo iba al río, y después te hacían lavar. Yo no entendía la peligrosidad del producto. Pero teníamos los brazos salpicados, porque las máquinas además eran viejas y andaban mal. Un par de veces, envasando Herbifen, me deshidraté, me tuve que ir a casa con medicamentos, todo acalambrado” (año 2016).
“Nunca vio a un inspector del OPDS. “Aprobaban todo sin mirar nada. Solo iba Prefectura, pero la empresa se enteraba antes, y nos hacía limpiar bien”.
Cuenta Carolina Alejandra Cruz, empleada doméstica, el caso de su hija Lina, que nació en 2010.
“Vivía congestionada, con alergias, broncoespasmo. A los 3 años la operamos de los oídos. A los 5 años volvió a escuchar mal, ponía la TV fuerte. Volvimos a operarla en junio del año pasado. Y supimos lo que nunca imaginé”.
¿Qué es lo que Carolina no imaginaba?
“Un viernes Lina fue al jardín. Una de mis sobrinas me dijo: ‘Tía, tiene elevada la costillita’. Pensé que era un golpe. La llevé a la guardia, no la quisieron atender. No tenía dolor. Fui de nuevo. Le hicieron una ecografía y una placa. Me dijeron que había que hacerle un estudio de alta complejidad que ahí no podían hacer. Preparé el bolso y fuimos a Rosario. Le hicieron una tomografía y le diagnosticaron un tumor. Ya era sábado. Se me vino el mundo abajo«.
¿De qué era? ¿De dónde viene?
“En mi familia no tengo a nadie con eso. ‘Está muy complicado’, me decían. Respiraba mal. A la noche, en el sanatorio, se puso morada. La derivaron. Me decían que tenía líquido en los pulmones, que le estaba oprimiendo el corazón. Imaginate: de un viernes en el jardín a un domingo en un sanatorio. El lunes le hicieron una punción para saber qué tenía, para ponerle un nombre y ver con qué clase de quimio iban a empezar. Era rabdiomiosarcoma estadio IV. Ese día la oncóloga me dijo: ‘Es un 40 o 50% de cura’. Apostábamos que se iba a achicar para poder operarse. Pasaron los meses, pero los estudios no respondían como ellos querían. Y no podían hacer la cirugía de alta complejidad. Había que ir al Italiano o al Garrahan. Decidimos el Garrahan. No queríamos pensar lo peor. Nunca tratamos de mentirle a Lina. Dijimos: que ella entienda a su manera. Así fue. Le hicieron rayos, quimio oral, pero no avanzaba. En el hotel del Garrahan tuvo un episodio de ahogamiento. Un llamado de atención. No podía estar ahí, tenía que estar en el hospital. Ya no respiraba muy bien, estaba somnolienta. Vinieron los tíos, toda la familia. Ya estaba medio dormidita. Me pedía solamente hacer pis. Ese día la bañé, comió, cantamos. No pensé que se me iba. Pero se fue”.
Lina murió el 25 de julio de 2016.
Más allá que estos relatos sucedieron hace bastante tiempo, dejaron una huella imborrable sobre sus vecinos, y hoy en día siga operando esta empresa de contaminación, ya que se sabe que es una empresa que contamina no solo al medio ambiente, sino a nosotros mismos como personas y sus efectos nocivos hacia nuestro cuerpo. Gracias a la organización Greenpeace, se sabe todo y más con relevancia a las evidencias que demostraron en sus estudios.
La misma organización comprobó, el día 22 de marzo del año 2024, mediante hisopados, cómo luego de la explosión, la nube de polvo blanco que se encontraba a 150-350 metros de viviendas cercanas a la fábrica era atrazina, mencionada anteriormente. Luego de eso, se realizó un gran movimiento para “desenmascarar” a Atanor, seguido de diversas opiniones de expertos como el ingeniero agrónomo Javier Souza Casadinho, un ex trabajador de Atanor, y hasta el abogado ambientalista Fabián Maggi, los cuales nos comentan lo obvio acerca de la contaminación por agroquímicos en Argentina: que es alarmante, afectando el agua y la salud de la población. Los herbicidas, como el glifosato y la atrazina, son altamente tóxicos y se acumulan en el medio ambiente. Es urgente replantear el uso de estos productos y buscar alternativas ecológicas para garantizar alimentos seguros y un entorno saludable.
El acuífero Puelche y el río Paraná están severamente contaminados por residuos de herbicidas. Esta situación afecta la calidad del agua que consumen varias ciudades y su vida acuática. Los estudios indican que el acuífero Puelche y el río Paraná presentan contaminación severa, incluyendo impactos negativos en la fauna acuática de la región.
¿Es posible producir alimentos sin neurotóxicos?
Esto implica un cambio mental y la adopción de prácticas agrícolas más sostenibles y ecológicas. Así mismo, hay otras maneras seguras de producir alimentos, solamente que impacta negativamente a la economía de empresas como Atanor. Sabiendo que otros países como Estados Unidos, que han prohibido agroquímicos como los que producen, podemos asegurar que tenemos los recursos que se necesita para usar un medio más sostenible y que no envenene a la Argentina. Hoy en día, existen muchas maneras de ejecutar ideas o simplemente elaborarlas. La tecnología, incluida la inteligencia artificial, puede ayudar a desarrollar nuevas sustancias que reemplacen los agroquímicos y mitiguen sus efectos negativos en la salud.
Una campaña global en defensa de la vida
Desde hace varios años, La Vía Campesina, un movimiento campesino internacional, lleva adelante una Campaña Permanente contra los Agrotóxicos y en Defensa de la Vida. Este esfuerzo busca visibilizar los efectos nocivos de los pesticidas y herbicidas utilizados en el agronegocio, denunciando la relación entre su uso indiscriminado, la contaminación ambiental y el deterioro de la salud humana.
Según diversas investigaciones, la exposición a agrotóxicos está vinculada a enfermedades como el cáncer, trastornos hormonales y daños neurológicos, afectando tanto a los productores como a los consumidores de los alimentos tratados con estas sustancias. En respuesta, millones de pequeños agricultores y comunidades indígenas han adoptado la agroecología como una alternativa viable, que permite producir alimentos saludables sin comprometer el equilibrio ecológico.
El poder de las transnacionales en el mercado de agrotóxicos
El mercado mundial de agrotóxicos está controlado por cuatro grandes corporaciones transnacionales: Monsanto-Bayer, DowDuPont, Syngenta-ChemChina y BASF. Estas empresas no solo dominan la producción y comercialización de estos productos, sino que también promueven el uso de semillas transgénicas, aumentando la dependencia de los agricultores a insumos costosos y perjudiciales para el ecosistema.
En varios países europeos, ya se han implementado prohibiciones y restricciones al uso de ciertos agrotóxicos debido a los graves efectos detectados en el medioambiente y la salud pública. Por desgracia, en muchas regiones del mundo, estas prácticas siguen siendo la norma, poniendo en riesgo la biodiversidad y la soberanía alimentaria de los pueblos.
Agroecología: una solución sostenible
Frente al modelo del agronegocio, la agroecología se presenta como una alternativa sustentable que prioriza el bienestar de las personas y el cuidado del medioambiente. A través de prácticas ecológicas, la agricultura campesina garantiza la producción de alimentos sanos, culturalmente apropiados y accesibles para la población, fortaleciendo la resiliencia ante los efectos del cambio climático.
La Vía Campesina y otras organizaciones hacen un llamado a la acción colectiva, instando a la población a sumarse a la lucha contra los agrotóxicos y a promover modelos de producción agroecológica. La unidad entre productores, consumidores, ambientalistas e investigadores es fundamental para impulsar políticas que restrinjan el uso de estas sustancias tóxicas y fomenten una transición hacia sistemas alimentarios más justos y sostenibles.
¡Agroecología es vida, agrotóxicos matan!
Las autoridades locales, junto con el Ministerio de Ambiente de la provincia de Buenos Aires, intervinieron rápidamente luego de lo sucedido aquel 20 de marzo. Se ordenó la clausura del sector afectado de la planta hasta que se implementaran las medidas de seguridad necesarias para garantizar su correcto funcionamiento. Mientras tanto, la empresa inició tareas de limpieza en la planta y sus alrededores, colaborando con el Comité Organizado ante Emergencias de San Nicolás y la firma RESTEC, especializada en emergencias tecnológicas.
Este incidente reavivó las preocupaciones de la comunidad sobre la seguridad y el impacto ambiental de las operaciones de Atanor en la región, especialmente considerando antecedentes de clausuras anteriores por incumplimientos de medidas judiciales. La planta permaneció cerrada durante varios meses mientras se realizaban investigaciones y se implementaban mejoras en las medidas de seguridad. Finalmente, en octubre de 2024, Atanor reabrió sus puertas tras cumplir con los requisitos establecidos por las autoridades competentes. Hay que destacar la importancia de mantener estrictos controles y protocolos de seguridad en industrias químicas para proteger tanto a los trabajadores como a las comunidades circundantes.
Esto demuestra cómo estamos como sociedad y lo que al parecer les importa a las industrias, cuyo poder pone en riesgo no solo la vida de los argentinos, sino a un ecosistema entero que se devasta por el simple hecho de no evolucionar como empresa. Su nombre, reputación y poder están manchados con vidas. ¿A qué costo seguir? Si no se procura la salud pública y ambiental. ¿Solamente se clausuró el sector afectado? ¿Solo se realizaron limpieza dentro y fuera de las instalaciones? ¿Y qué pasa con sus desperdicios?
Se pudieron extraer pruebas, como estos dos focos de contaminación activos diariamente en San Nicolás, los cuales fueron analizados, principalmente, por la universidad de La Plata, donde se encontraban niveles exorbitantes de atrazina y demás componentes químicos. En la imagen, la especie de mancha amarilla en el suelo se debe a que la empresa misma obligaba a los operarios a enterrar los residuos de la producción. Donde los resultados de la misma dieron presencia trifluralina, cipermetrina y algunas sustancias más venenosas tan persistentes que aunque se quite, vuelve a emanar del suelo mismo.
Gracias a esos estudios, se logró obtener una sentencia de 12 puntos a cumplir de la empresa, pero sin cumplir luego de 6 meses, siendo un caso más de esta empresa productora de contaminación.
La misma tuvo muchas denuncias y sentencias otros años, como en 2019, que el caso se centra en una disputa de competencia entre el Juzgado de Control de Río Tercero y el Juzgado Federal de Villa María, ambos en la provincia de Córdoba. La controversia surge a raíz de una denuncia por infracción a la ley 24.051, relacionada con la contaminación del río Tercero por parte de la empresa Atanor S.C.A., que supuestamente descargó efluentes líquidos sin el tratamiento adecuado.
La jueza provincial argumentó que la contaminación podría afectar áreas más allá de Córdoba, ya que el río Tercero es afluente del río Carcarañá, que desemboca en el Paraná, lo que podría implicar una afectación inter jurisdiccional.
El juez federal consideró prematura la declaración de incompetencia, señalando que no había pruebas suficientes de que la contaminación afectara otras jurisdicciones. Mientras que la decisión final de la corte decidió que, a pesar de la falta de pruebas concretas de afectación inter jurisdiccional en este momento, se debía remitir el caso al Juzgado Federal de Villa María, considerando que existían elementos que permitían razonablemente suponer que la contaminación podría afectar otros cuerpos de agua. Y la contaminación por efluentes: la empresa Atanor S.C.A. es acusada de descargar efluentes con características peligrosas al río Tercero, lo que podría tener efectos adversos en el medio ambiente.
Y como este caso hay muchos más. Atanor no se remite a tan solo un problema que sucedió hace casi un año: Atanor viene hace demasiados años con problemáticas y múltiples denuncias.
Además de las denuncias, ¿cómo se puede pasar por alto algo tan grande? Después de que la empresa se haya envuelto en estos problemas, logró la reapertura, sin siquiera presentar un plan de reparación ambiental y, aún así, se le otorgó el certificado de Aptitud Ambiental. Estando en su cercanía tres escuelas, de las cuales una de ellas se encuentra casi en frente de donde se ubica la empresa misma.
Y para la nueva reapertura de Atanor, esta misma ahora produce su nuevo producto, llamado flubendiamide, el cual se elabora a tan solo 50 metros de los hogares de familias, que se lo conoce por ser mucho peor que la Atrazina y el 2,4-D, debido a que hay países que lo prohíben y hasta se está por prohibir en Europa.
¿Qué es la flubendiamida?
La flubendiamida es un insecticida ampliamente utilizado en la agricultura para el control de larvas de lepidópteros: una plaga que afecta diversos cultivos. Pertenece a la clase de las diamidas y actúa sobre el sistema muscular de los insectos, provocando su parálisis y muerte. A pesar de su efectividad en el sector agrícola, su impacto en la salud humana y el medioambiente ha generado interrogantes y estudios científicos en los últimos años.
¿Cómo entra la flubendiamida al cuerpo humano?
La principal vía de exposición a la flubendiamida es a través de la ingesta de alimentos contaminados con residuos de este insecticida. Si bien su toxicidad aguda es considerada baja en humanos, su presencia en cultivos destinados al consumo genera preocupación respecto a sus efectos a largo plazo.
Sumado a esto, los trabajadores agrícolas que manipulan este producto pueden estar expuestos mediante la inhalación o el contacto con la piel, lo que resalta la importancia del uso de equipos de protección adecuados durante su aplicación.
¿La flubendiamida produce cáncer?
Hasta el momento, no existen estudios concluyentes que relacionen directamente a la flubendiamida con el desarrollo de cáncer en humanos. Sin embargo, investigaciones en animales han revelado efectos adversos, como hipertrofia hepática, cambios grasos en las células del hígado y alteraciones en la tiroides. Estos hallazgos sugieren que una exposición prolongada o en altas dosis podría representar riesgos para la salud, aunque aún se requieren más estudios para determinar su impacto exacto.
Efectos de la exposición a la flubendiamida
Si bien su toxicidad es relativamente baja en comparación con otros insecticidas, la exposición crónica a la flubendiamida puede generar efectos adversos en la salud. Entre los principales riesgos asociados a su uso, se incluyen las alteraciones en el funcionamiento del hígado y la tiroides, junto con posibles efectos en el desarrollo de órganos en estudios con animales y acumulación de residuos en cultivos que pueden ser consumidos por la población.
Para minimizar los riesgos de exposición a la flubendiamida, es fundamental respetar los períodos de carencia en los cultivos antes de su cosecha y comercialización. Al aplicar el insecticida siguiendo las dosis recomendadas, utilizando equipos de protección personal, y realizar monitoreos constantes para evaluar la presencia de residuos en los alimentos.
Dado que aún se estudian sus posibles efectos a largo plazo, es clave continuar con las investigaciones científicas y reforzar la vigilancia sobre su impacto en la salud humana y el medioambiente.
Si cree que debido a algún factor estuvo en exposición a alguno de estos agroquímicos, pueden analizar sus muestras de sangre, orina y tejidos corporales en laboratorios especializados para una mayor seguridad. Estas pruebas solo son útiles en los días posteriores a la exposición y no pueden predecir efectos en la salud.
Aún Atanor sigue operando en San Nicolás, perjudicando la salud ambiental y pública dentro de Argentina. Esto ya abarca a un país, y no hay que dejar más que operen poniendo en riesgo vidas. En el caso de querer frenar esta empresa contaminadora, en el link que nos brinda la Greenpeace se puede juntar aún más firmas para que esto se detenga de alguna manera.
Escrito por: Monzón, Kevin
