Tiempos difíciles, si los hay, en una Argentina casi (me atrevería a decir) bipolar, donde las pasiones políticas pintan las calles, los ánimos y las sonrisas, pero también las sombras, las desigualdades y las necesidades humanas, que debieran ser las mismas, se mezclan en una encrucijada determinante.
Esa argentinidad que tanto nos enorgullece es, a su vez, capaz de incomodarnos, separarnos y confundirnos. Es tan contradictoria que lleva en sí misma lo visceral, la picardía, la impulsividad, la ignorancia, la viveza, la marginalidad y la hospitalidad.
El ser argentino, el atroz encanto de ser argentinos, como dice Marcos Aguinis, se plasma, una vez más en las urnas. Por eso, es importante que pensemos y repensemos el país que tenemos y el país que queremos. La posibilidad de recuperar aquellos valores que alguna vez llevaron a la Argentina a ser un país grande está en nuestas manos, porque sabido es, como dice José Hernández en su Martín fierro: “Muchas cosas pierde el hombre que á veces vuelve á hallar pero les debo enseñar y es bueno que recuerden si la vergüenza se pierde jamás se vuelve á encontrar”.
Por: Maite Ugartemendía