Imaginate ir a un laboratorio para realizarte tu análisis de rutina (esos que, si todo está bien, se realizan una vez al año). Siempre tuviste todos los valores dentro del rango correspondiente, por lo que no te imaginás que esta pueda ser la excepción, hasta que te llegan los resultados y ves que tu nivel de bilirrubina (sustancia amarillenta que produce el hígado a partir del “reciclaje” de glóbulos rojos, que ayuda a digerir la comida) en sangre está notablemente por encima del máximo (10 mg/l entre directa e indirecta suele ser este techo).
Luego de acudir a un doctor y realizarte los estudios correspondientes para descartar cualquier tipo de afección, procedés a repetir el análisis, con la esperanza de que ahora todos los números cuadren con los rangos establecidos, pero la bilirrubina sigue en las nubes.
Todo esto permite llegar a una conclusión: formás parte de un pequeño porcentaje de la población mundial que “padece” de hiperbilirrubinemia benigna, más conocida como síndrome de Gilbert.
Ahora bien, ¿a quiénes afecta? ¿Es dañino para la salud humana? ¿Cuáles son sus síntomas? ¿Tiene algún tipo de tratamiento? Estos, y demás interrogantes, serán evacuados en este artículo.
Como comenté anteriormente, este síndrome, reportado hace más de cien años por Gilbert (de aquí su nombre), Castaigne y Lereboullet, se describe como una elevación asintomática de la concentración sérica de bilirrubina, principalmente la no conjugada (aquella que no puede eliminarse mediante la orina), por encima del límite superior de lo normal, en ausencia de enfermedad hemolítica (es decir, sin enfermedades que destruyan/descompongan a los glóbulos rojos) y daño hepático, debido a la mutación de la enzima UGT1A1.
Estos valores normales pueden fluctuar dependiendo de diversos factores:
Su diagnóstico suele darse “por accidente” (mediante análisis de sangre), y es más común en personas jóvenes (alrededor de los 20 años) y en varones (con una preponderancia entre hombres y mujeres de 3:1).
Así mismo, debido a que no presenta síntomas (más allá de alguna leve ictericia en la conjuntiva del ojo, inofensiva para la salud), su diagnóstico suele darse por exclusión (una vez ya descartadas otras posibles causas de hiperbilirrubinemia), siendo muy difícil decir con exactitud cuántas personas conviven con este síndrome (se estima que entre 2-12% de la población mundial). Cabe resaltar que es una condición hereditaria, aumentando las posibilidades de contraerlo si ambos padres lo poseen.
Debido a que es una “enfermedad” benigna, no requiere tratamiento alguno. Es más, ni siquiera es necesario realizar dietas, ya que la lenta metabolización presente gracias a este síndrome facilita la ingesta de carbohidratos. Eso sí, con las grasas y azúcares ocurre lo contrario, pero no es que deban dejarse de lado.
En cuanto a sus contras, no encontramos prácticamente ninguno, más allá de la prevalencia de cálculos biliares (poco común) y un posible riesgo de intoxicación al consumir ciertos medicamentos o compuestos naturales que afectan a la enzima UGT1A1. Algunos ejemplos de estos son el irinotecán (para tratar el cáncer de colon), el atazanavir (para el tratamiento del VIH), el ibuprofeno y un largo etcétera. No obstante, esto es solo una posibilidad y no quiere decir que no se deben consumir esas sustancias, por lo que dependerá del organismo de cada individuo.
Por otro lado, los pros (y por eso el nombre del artículo) terminan opacando completamente a los aspectos negativos:
Cabe destacar que las personas con el síndrome de Gilbert poseen niveles más altos de hemoglobina y marcadores más bajos de activación del sistema inmunológico (glóbulos blancos y plaquetas, por ejemplo), factores influyentes en la tolerancia al ejercicio extenuante.
Debido a estos factores, se realizaron estudios para comprobar si este síndrome podría estar relacionado a la longevidad. El estudio en cuestión reunió gente con y sin hiperbilirrubinemia benigna, pero con las mismas características epidemiológicas, demostrando una reducción del 50% de mortalidad en las personas que sí lo poseían.
Gracias a esto, se está buscando la forma de imitar iatrogénicamente, es decir, de inducir el síndrome de Gilbert, en individuos que no lo posean (ya que un aumento ínfimo en la concentración de bilirrubina sérica, del orden de los micromoles, reduce significativamente el riesgo de contraer alguna de las enfermedades previamente mencionadas).
En conclusión, el síndrome de Gilbert parece ser más una ventaja que una enfermedad, razón por la que ya no se lo considera una. Debido a todas las características mencionadas, ya no puede considerarse a la bilirrubina únicamente como un derivado de la hemoglobina, sino que debe tenerse en cuenta como una verdadera hormona. Su impacto en la esperanza de vida, la aptitud física y la vejez son solo algunos de los indicadores que anticipan el gran potencial de estudio que posee, abriéndonos paso a un campo que aún guarda más preguntas que respuestas.
Escrito por: Albertella Mateo